¿Es posible que nos hayamos olvidado de hacernos preguntas?
Parece que la historia se ha escrito muchas veces, de distintas maneras y estilos, casi siempre en el idioma y valores de los vencedores. Así, lo que ayer pudo ser una gran hazaña hoy es una tragedia; lo que ayer fuera una cruzada hoy es una invasión y los que ayer fueron enemigos hoy no tienen fronteras.
La tradición, la cultura y la religión son testigos vivos de nuestra historia no escrita, tan subjetiva como ambigua, y cada pueblo tiene su propia manera de contarla y de celebrarla.
Las fiestas de Santa Tecla son un magnífico ejemplo de esta necesidad de expresión popular, de recordar quiénes somos y de dónde venimos. Sin duda, todo un caleidoscopio de personajes, rituales, representaciones, bailes, música, y símbolos que se entrelazan. La ciudad se viste, se engalana y se decora reencarnada en símbolos, aunque no todos signifiquen lo mismo en otros lugares. La historia y la tradición de este pueblo se encuentran grabadas en cada rincón y en cada piedra. Callejuelas, avenidas y edificios centenarios, flores, fuegos, petardos, gritos, murmullos y ruido, mucho ruido.
Como fotógrafa y narradora gráfica invitada a vivir Santa Tecla, lo que más me interesó, como en otras manifestaciones populares, fue la particular interpretación que cada cultura hace de los símbolos y tradiciones. Porque éstas hablan de la idiosincrasia de los pueblos y de su historia.
Mi visión es obviamente subjetiva y está inducida, en parte, por mi origen judío. Espacio donde las relaciones entre lo pagano y lo religioso se han establecido de modo diferente y con distintas claves. Compartimos símbolos y orígenes, pero al mismo tiempo tenemos distintas interpretaciones, tanto religiosas como históricas.
Las fiestas de Santa Tecla son también sus bailes y sus juegos, la gastronomía y la música, sus torres humanas y sus fuegos artificiales, la diversión y la devoción religiosa, sus demonios y dragones.
De este modo, los temibles diablos y dragones que deben atemorizar a los paseantes, antaño representaron el precio del pecado. Hoy lo veo como un símbolo del odio y los actos reprobables que nos persiguen. El fuego, que en otro orden de cosas simboliza el renacimiento o la renovación, también evoca el sufrimiento del infierno, la destrucción de los pueblos y de la vida. Las torres humanas construidas a lo largo de los siglos contra la persecución y para salvar el futuro de todo grupo humano, actualmente solo aspiran a ser más altas y seguras cada año. Los cabezudos negros que debieron ser tan cómicos como lo son en la actualidad, hoy podrían parecer también una alegoría del racismo que sacude nuestras sociedades.
En cualquier caso, creo que la verdad está más cerca de los que dudan, que de los que no se cuestionan nada.
He vivido todo tipo de celebraciones en lugares muy diferentes. Pero quizás esta vez, también por la historia que unió y separó a los judíos sefardíes de estas tierras, mi interés fotográfico se ha inclinado especialmente hacia el fenómeno social y antropológico. Me ha sorprendido. Quizás nos hayamos olvidado de hacernos preguntas.
En mi particular visión fotográfica de las fiestas de Tecla he recurrido en varias técnicas fotográficas, como el collage, el vídeo y especialmente a técnicas fotográficas de 360 grados para transmitir al espectador una visión más global e hiperrealista de este gran acontecimiento. Espero que sea del agrado de todos.